Las cifras de los científicos no son inventadas, ni dejan de reflejar el mundo, aunque no pensemos en ellas.
Ya hemos experimentado un aumento promedio de la temperatura de 1.2 grados y los niveles de CO2 más altos que nunca antes. Hace un año, quizás las personas podían creer que el cambio climático solo afecta a otras partes del mundo; como los incendios forestales voraces en California, España o Australia, o las extremas temperaturas en la India. Sin embargo, después de este abrasador verano en Pococí, la sequía de algunos ríos y un viento destructivo e inesperado, el calentamiento global parece haber llegado a nuestra región y calado en nuestras conciencias.
Reconozco que lo más desesperante del calentamiento global es que no es algo que tú o yo, por separado, podamos solucionar. La mitigación requiere un esfuerzo global que debe comenzar con los principales contaminadores del planeta, como Estados Unidos, o las empresas dedicadas a la extracción de petróleo. Sin embargo, la lenta o casi nula respuesta de los grandes países consumidores y las empresas petroleras genera exasperación y miedo. Al mismo tiempo, debemos reconocer las enormes acciones llevadas a cabo por jóvenes y comunidades indígenas de todo el mundo que se han manifestado en innumerables lugares.
«Si hay un problema, ¡dinos cómo resolverlo!»
Está claro que desde ya, debemos buscar medidas de adaptación a los calores extremos, las inundaciones, las sequías, las enfermedades, las hambrunas y otros efectos previstos para la mayoría de nosotros. ¿Cómo podemos adaptarnos? Esto implica tener soberanía alimentaria, es decir, sembrar alimentos en nuestras comunidades y aprender a compartir, ser solidarios, participar en la organización comunitaria. Si los gases de efecto invernadero están asociados a formas de producción agrícola industrializadas y dependientes de agroquímicos, está claro que la agricultura orgánica (también conocida como ecológica o regenerativa) es un paso imprescindible. «No se puede», dicen algunos, fundamentados en argumentos económicos. Pero, ¿cómo lo hacían nuestros abuelos sin depender de paquetes tecnológicos con agroquímicos? ¿O qué tal el país de Bután? ¿O los muchos agricultores orgánicos rusos?
Costa Rica cuenta afortunadamente con una red energética basada en fuentes de energía menos contaminantes, pero ¿existen políticas de ahorro energético? ¿Hay sistemas de transporte ágiles y de bajas emisiones que mejoren la calidad de vida de las personas en las ciudades y pueblos? ¿Nuestras construcciones están adaptadas al clima más cálido? ¿Utilizan poca energía para iluminarnos? ¿Son frescas y nos protegen del clima extremo? ¿Estamos protegiendo de manera diligente nuestras fuentes de agua, que son la base misma de la vida?
En cuanto a nosotros mismos, ¿cuál es nuestra relación con la naturaleza? ¿Estamos conectados o desconectados de ella? ¿O la consideramos simplemente un elemento de consumo más para disfrutar en algún paseo?
Y en lo que respecta a nuestra economía, ¿es una economía responsable en términos de los recursos que producimos y consumimos? ¿Busca la justicia social y el bien común? ¿O está centrada en un crecimiento interminable, en una extracción codiciosa de los recursos naturales que beneficia a unos pocos y condena a la pobreza a muchos?
Estas reflexiones nos llevan indudablemente a considerar un cambio drástico en nuestro estilo de vida, que solo puede surgir como resultado de un cambio de conciencia. Esta conciencia debe nacer tanto en las personas como en la sociedad y depende de todos nosotros, quienes seremos sus facilitadores.
Esta es la oportunidad dorada del cambio climático: la oportunidad de ser mejores personas, de reconectarnos con la naturaleza y nuestra comunidad, que es la base de nuestra supervivencia, de producir y consumir de manera diferente, de exigir a nuestros gobernantes que cumplan con el deber de asegurar la vida de nuestros hijos y nietos, de ser solidarios y de crear nuevas formas de relaciones económicas y sociales. Esta es la oportunidad, el único camino posible.
Desde el Recinto de Guápiles, Universidad de Costa Rica, implementamos un proyecto para conformar una RED de Cambio Climático en la región con el fin de seguir informando e informándonos, y estamos deseosos de discutir este tema en comunidades y con profesores. Te invitamos a sumarse a este reto.
Si usted su comunidad desea aprender más sobre el cambio climático y organizarse para adaptarse, puede comunicarse con: jane.segleau@ucr.ac.cr.