Titán y Titanic: travesías de primera clase

Titán y Titanic: travesías de primera clase

La desaparición de un submarino de turismo este domingo 18 de junio, que tenía como objetivo observar los restos del Titanic, vuelve a traer al presente el recuerdo de la terrible tragedia que sucedió en 1912. La historia del hundimiento del Titanic ha sido un semillero de rumores y leyendas de todo tipo, que no ha parado de producir relatos fantásticos en el imaginario del mundo occidental. Pero casi nunca se habla del verdadero protagonista de la historia, el mar. 

Llamado Titán, haciendo alusión al gigantesco trasatlántico, este pequeño submarino tiene capacidad para 5 personas y puede bajar hasta las profundidades en las que se encuentra el Titanic, ubicado a 3800 metros bajo el mar. Realizar esta visita es un verdadero lujo, pues el costo por persona para comprar el boleto a la expedición es de 250 000 dólares. La empresa de turismo que desarrolla el extravagante tour, llamada OceanGate, promete a sus privilegiados clientes una experiencia personalizada donde el viajero puede planear la ruta junto al piloto y manejar la consola del sumergible. Definitivamente una experiencia VIP en todo sentido, eso sí, capacitado para que dure 96 horas con oxígeno, no más.

Al día de hoy, 20 de junio a las 11:47 de la mañana no hay rastro del submarino, ni de su tripulación. Sin afán de preconizar una posible tragedia, es inevitable hacer un paralelismo entre la inesperada situación de los turistas desaparecidos y el monumental naufragio ocurrido en la época de la navegación, cuando aún no habíamos entrado en la época del transporte aéreo.

En aquel momento, Titanic fue una empresa gigantesca rodeada de opulencia y lujos, que hacía contraste con las grandes hambrunas y miserias que vivía la mayoría de la gente  al interior de los imperios en decadencia.

Este proyecto grandioso se gestó con un objetivo principal de gran rentabilidad económica, haciendo alarde de los frutos capitalistas de la revolución industrial. El afán económico vino en detrimento del aspecto humano, pues la gran expectativa hizo que no se tomaran las precauciones necesarias para enfrentar una emergencia.

Entre los  pasajeros estaban algunas de las personas más ricas del mundo pero, a diferencia del submarino Titán, cuya tripulación es reducida y sumamente exclusiva, a bordo del Titanic iban cientos de migrantes en segunda y tercera clase, quienes viajaban en condiciones de precariedad, ni cercanas al opulento confort de los pasajeros de primera clase. Para estos últimos había toda clase de amenidades: camarotes de lujo, gimnasio, biblioteca, piscina cubierta, estación de telegrafía, etc. Para los de abajo, ni siquiera había botes salvavidas.

Otro de los pecados de negligencia que condujeron al destino fatal del Titanic, fue la advertencia dada al capitán antes de zarpar, a él le avisaron que había hielo en el mar. Esa advertencia será escuchada nuevamente a un minuto de chocar con el gran iceberg, a las 11:40 de la noche. Ahí es cuando el capitán ordena desamarrar los botes y pedir auxilio. Luego suceden una serie de eventos desafortunados como que algunos botes salvavidas salían con menos personas de las que tenía capacidad o que el barco se hundió muy rápido, tres horas le bastaron para ser devorado por el mar. Con él, 1517 personas fallecen en el agua helada. Los pasajeros de tercera clase murieron casi todos, de 710 sólo sobrevivieron 174.

Pero tanto en la tragedia del Titanic como en la desaparición no resuelta del Titán, se trata de proyectos orquestados por y para las élites, dirigidos a disfrutar del lujo y la  exclusividad, así  como del poder que ostenta el tener acceso a los últimos avances tecnológicos de la humanidad. Sin embargo el mar sigue teniendo la última palabra y parece ser que no hay dinero que valga cuando decide tomar acción. Y con esto nos recuerda que frente a su poder insondable, todos somos iguales.

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