La primera vez que se subió en la panga se dejó llevar por el rumor del gigante que fluye. Ese encuentro inicial se asumió con la agudeza y sinceridad que debe tener todo buen cronista: abrir los sentidos para que Telire emanara sus historias.
Álvaro Rojas, ensayista y novelista costarricense, transita los senderos de la crónica con Telire, un trabajo publicado hace más de un año, en el que cuenta la historia de una región olvidada, pero que tiene mucho para decirnos en términos de reconstruir la identidad costarricense desde las voces tradicionalmente excluidas sean las protagonistas.
Entre sus libros se encuentra la novela Greytown (Uruk) y Con el lápiz en la mano (EUNED), una colección de ensayos publicados en revistas y periódicos. Con él conversamos sobre su crónica que es también un testimonio vivo de la cultura y tradición del pueblo talamanqueño.
¿Cómo surgió la idea de escribir una crónica sobre esta región de Costa Rica?
Bueno, yo he venido trabajando el género de la crónica desde hace algunos años, en el 2007 hice una sobre el Río San Juan para el Semanario Universidad, ese río se puede navegar desde su principio hasta su final. Estudiando otros ríos que fueran navegables en buena parte de su curso y que también tuvieran en sus cercanías riqueza natural, cultural e histórica, pensé en el Telire que es un río limpio, que nace en la Cordillera de Talamanca, cerca del Cerro Chirripó y cuyas aguas atraviesan zonas protegidas, ya sea porque son parques nacionales o porque son reservas indígenas. El Telire es navegable en verano desde el Valle de Talamanca, desde ahí se puede llegar hasta el mar. Hacer una crónica de ese recorrido fue el proyecto que presenté al Ministerio de Cultura en el año 2016 y con él gané la beca de estímulo a la creación literaria en el género de crónica. Así empezó todo, en abril del 2017 hicimos el viaje y después vino el proceso de escritura. El libro estuvo listo y publicado en noviembre de 2017, cumpliendo así con los plazos que me exigió el Ministerio de Cultura.
¿Hubo un proceso de documentación de su parte antes de emprender el viaje? ¿Qué consejos le dieron los lugareños u otros viajeros que emprendieron el recorrido antes que usted?
Claro, una vez que supe que había ganado la beca inició el proceso de investigación, me fui a la Biblioteca Carlos Monge de la UCR y leí mucho sobre historia de Talamanca, libros de antropología relacionados con esa zona y con sus pueblos, como los de la antropóloga María Eugenia Bozzoli, leí crónicas de viajeros que me antecedieron y también ciertas novelas que por alguna razón me parecía que tenían algún punto de contacto con lo que yo quería hacer, Años salvajes del periodista norteamericano William Finnegan, Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, Asalto al paraíso de Tatiana Lobo, Bajo el volcán, de Malcom Lowry.
Para mí también fueron muy importantes las conversaciones que sostuve con la antropóloga María Eugenia Bozzoli y con el profesor de lengua bribri Alí García, ambos de la Universidad de Costa Rica. Ellos me ayudaron a comprender algo del complejo tejido que son las culturas bribris y cabécares. Durante el viaje hablé mucho con la gente que iba apareciendo en el camino, con los boteros, con los vendedores del puerto de Suretka, con el Awà de Kachabri, con la gente de la municipalidad, con mujeres indígenas; al ser una crónica, todas esas voces de alguna manera se encuentran recreadas en el libro.
Tal vez un consejo que recuerdo ahora fue el que me dio un primo mío que ha trabajado en la zona con Acueductos y Alcantarillados. Sobre la mesa de su casa él extendió dos mapas oficiales, uno del Valle de Talamanca y otro del Valle de Sixaola, «-apréndaselos de memoria»- me dijo. Y bueno, eso intenté hacer. Fue un gran consejo, me sirvió mucho para diseñar la ruta del viaje.
¿Descríbanos la primera vez que se subió en la panga para recorrer el río, como fue ese primer contacto?
Es un momento de transición, se fueron quedando atrás las cargas que yo traía de San José y el ritmo de la vida comenzó a cambiar en un escenario maravilloso que se abría frente a la proa del bote en unas mañanas soleadas y frescas; el contacto con el agua, ese sonido constante de la corriente, el movimiento sobre el río, los árboles y los animales de los alrededores hicieron que mi percepción se estimulara mucho, yo trataba de ponerle atención a todo. Fue la continuación de la lectura por otros medios, los de la acción. Ahí empezó a escribirse el libro.
¿Qué aspectos la realidad social de la región le impactaron más durante el viaje?
La tristeza. Ese es un fantasma que recorre la zona a pesar de su belleza natural. Es difícil de explicar, está en el silencio, en el viento, en los ojos de la gente.
Telire es una mezcla entre pasado y presente, historia y realidad inmediata ¿qué pretendía al desarrollar este permanente contraste?
Talamanca está llena de historia, de una historia violenta que yo no podía dejar de lado. Intercalar capítulos del pasado de conquista y de resistencia en Talamanca con el viaje que hacíamos en la actualidad, fue una decisión narrativa que tomé para contar el viaje con un telón de fondo que venía a ser esa historia de guerras y de enfrentamientos de las que tan poco se habla en el Valle Central. Costa Rica también ha tenido sus guerras.
¿Algún personaje que lo haya marcado durante el trayecto?
Ponchador. El botero. Él es un personaje central en el libro. Él se dedica a trasladar plátano verde de un lugar a otro por el río Telire y durante un par de semanas dejó todo eso para trabajar conmigo. Sin él no hubiera sido posible el viaje. Su bote de cedro amargo con un motor de quince caballos de fuerza no conocía el mar, él tampoco, algunos de los tripulantes dudaban de que pudiéramos llegar a salvo hasta el Mar Caribe en aquella nave y gracias a Ponchador lo logramos. En algún momento llegué a pensar que con él y en ese bote, yo me iría hasta el África.
¿Cuánto tiempo le tomó el proceso de escritura, la toma de decisiones de qué incluir y qué no?
Bueno, eso lo hice entre julio y setiembre del año 2017. Tres meses. Tenía que correr por los plazos establecidos en el contrato que firmé con el Ministerio de Cultura.
¿Qué sensaciones dejó la recepción del texto, principalmente en la comunidad indígena limonense?
La recepción de la crítica y de los lectores ha sido muy buena, la gente se interesa mucho por una zona que por muy diversas razones ha permanecido desconocida para los habitantes del Valle Central. También se interesan por el género de la crónica. He sabido de personas que se llevan el libro a sus viajes por Talamanca y de otros que a partir del libro quieren viajar al Telire. No sé si en Limón se ha distribuido lo suficiente, a mí me interesa que el libro circule por ahí. En noviembre hicimos una presentación en la Municipalidad de Talamanca, doné algunos libros a escuelas y colegios, pero desde ese momento no he vuelto. A mí me gustaría hacer un conversatorio sobre este libro en Limón.
¿Considera que Telire pueda ser leído como una reflexión tendiente al rescate de la memoria y la cultura indígena e incluso afrocaribeña?
Cada uno lo leerá como quiera y como pueda, pero para mí es la crónica personal y reflexiva que hace un viajero por un territorio rico en naturaleza, en historia, en violencia, en culturas y del cual no se ha dicho lo suficiente a pesar de todo lo que nos puede enseñar. Talamanca es un mundo lleno de saberes del cual vale la pena hacer su memoria.