Julián Zamora
Colaborador Periódico El Independiente
El corazón de América es un cofre que guarda incontables tesoros naturales. Desde estructuras ancianas y sublimes, hasta islas mágicas rodeadas de agua que sana heridas. Y adentrándose en este corazón terrenal, existe un lugar llamado Limón. Un lugar cuya esencia se manifiesta en el rostro de su gente y la textura de sus paisajes caribeños. Es una región celestial. Como si en el inicio de la existencia, el universo hubiese colocado juntos al mar más sanador, el cielo más inmenso y la tierra más impresionante. Sus pueblos están habitados por personas cuyos rostros reflejan historias. Su mirada es pura y esa pureza crea roces con pasados interesantes.
Su mar es una medicina natural. Desde el momento en que la piel hace contacto con el agua, dejan de existir las impurezas del ser. Solo por ese momento las olas toman los malos recuerdos y las heridas y se los llevan lejos, los pierden en el horizonte, los disuelven en la tranquilidad del Caribe. En su cielo se puede apreciar el tiempo en su máxima expresión. Los días inician con una sublime explosión naranja derritiéndose en el cielo que es lentamente invadido por un celeste precioso. Y conforme avanza el día, ese celeste se convierte en distintos tonos azulados donde predomina un azul discreto pero intenso. Es una especie de espejo que refleja al mar, pero lo hace de una manera más ordenada. Sus tierras están invadidas por una vegetación verde y viva. En el espacio entre los árboles y la distancia del mar al cielo, se escucha la voz del Caribe contando historias de brujas con ojos grises y ropas blancas. Los ojos perezosos se mueven lenta y delicadamente al ritmo del desestrés y crean la melodía perfecta con el canto de los pájaros. «Limón, calor, humedad, diversión, infraganti, cultural, un antifaz, fácil de divisar, costumbres simples, color y ritmo, bienvenida, la calma del mar, el pensar de mi pueblo tan pero tan rural y tan moderno.»