«Por eso la democratización de la opinión ciudadana es un debate urgente»
Vivimos tiempos periodísticos muy interesantes en Latinoamérica y en el mundo, manifiestos a través de dos nuevas realidades periodísticas emergentes.
Por una parte existen los grandes medios de comunicación de las élites económicas, cuya influencia en la prensa, televisión o radioemisoras en algunos casos prácticamente no tiene competencia (por ejemplo, el Grupo Clarín en Argentina o Televisa en México) ante los cuáles algunos gobiernos han optado por crear contrapesos estatales, descentralizarlos, romper sus monopolios o decretar leyes para regularlos. En el trasfondo de estas decisiones subyacen luchas emergentes entre nuevas élites económicas y políticas con visiones diferentes sobre el desarrollo de un país. Es un periodo convulso para el periodismo tradicional y ello trae nuevas discusiones y polémicas sobre el papel los medios, el Estado y los ciudadanos, que piden más participación y transparencia tanto en instituciones como en la prensa y televisión.
La otra nueva realidad es la accesibilidad a informarse y a la vez informar que otorgan las nuevas tecnologías de comunicación, como las redes sociales o la impresión de calidad a bajo costo. No solo vivimos un boom de medios en línea independientes, sino que estos se han hecho profesionales y atienden directamente las inquietudes de sus lectores, con una expansión por las tecnologías móviles prácticamente instantánea. Por otra parte la prensa regional es cada vez más frecuente y atiende directamente el comercio, las inquietudes y refuerza la identidad de las comunidades latinoamericanas —especialmente las más abandonadas— a costos muy rentables. Todo ello ejerce una enorme presión e influencia en los partidos y gobiernos, que puede ser de aprobación o rechazo, legitimar programas estatales o desencadenar huelgas, todo con suma volatilidad, independientemente de las preferencias políticas.
«Por eso la democratización de la opinión ciudadana es un debate urgente»
No se puede negar el papel fundamental que ha tenido la prensa tradicional latinoamericana en la vigilancia de la gestión administrativa y los escándalos de corrupción, sin embargo y ante el continuo éxito del nuevo periodismo independiente que inclusive ha vinculado a los grandes medios en parte de esos escándalos, cabe la pregunta razonable de si los medios en realidad investigaban todo lo que podían o lo que alianzas económicas se permitían investigar. Muchos de los escándalos que han vinculado a estos medios han sido los causantes de esta desconfianza, pero también y especialmente en las últimas décadas, el cinismo con el que han omitido injusticias sociales muy evidentes o se han puesto del lado de los poderosos. También la pauperización de la prensa en entretenimiento y su saturación de información pueril han creado un hartazgo en los ciudadanos que en las crisis no ven más que deterioro donde la prensa anuncia pompas o normalidad.
Si los grandes medios están controlados por grandes capitales y estos por sus respectivas élites, y si la democracia es la alternancia de estas élites económicas representadas por sus candidatos para desarrollar su modelo de estado, solo se puede concluir que éstos tienen como fin el presionar a la élite rival o legitimar la propia. Esa es la política real. Sin embargo estas élites se han venido homogenizando y las nuevas clases políticas que pugnan por el poder son más diversas, muchas con importantes bases populares. Todo esto supone un creciente nerviosismo en la gran prensa que no es más que su «mano invisible» que firma. Actualmente la gran prensa costarricense tiene como prioridad que marchen bien los negocios del capital privado, y para ello también necesitan de una mínima buena gestión de la cosa pública que mantenga a los inversores tranquilos.
Debido a estos factores el malestar y la expresión ciudadana se han ido alejando del monopolio de los medios tradicionales. Ahora es posible que una opinión ciudadana bien dirigida en las redes sociales cause más malestar que una carta a algún medio de prensa tradicional, sin desmeritar su todavía enorme poder de influencia. Sin embargo ya no es el único canal. Algunos gobiernos, especialmente los que necesitan apoyo popular para su proyecto de país, aprovechan los nuevos deseos de expresión ciudadana reprimidos durante años o sin voz para regular el poder acumulado de las élites opositoras que controlan los medios tradicionales. Así han abierto canales públicos, o reprimido abiertamente a los opositores, cuya erosionada legitimidad desatará indignaciones perfectamente manejables. Vivimos una auténtica guerra de la información.
Sin embargo nunca se ha visto tanta libertad de prensa en Latinoamérica, entendida como la democratización económica (tecnológica) de estos medios. Esto ya es auto regulación del mismo periodismo, que ofrece alternativas más veraces desde posiciones más modestas, con mucho éxito. A pesar de que en algunos países como Ecuador y Argentina les han impuesto leyes muy polémicas, no vemos un estalinismo ni policías incendiando rotativas y sí un gran fervor de la gente por informarse. Sin embargo estos movimientos jurídicos deben de seguirse con sumo análisis y cautela, porque es solo un paso lo que los puede separar de los ejemplos anteriores. Lo importante es que se ha abierto un debate crucial sobre el fin social de la información, que querámoslo o no, nos incumbe a todos.
Ello conlleva una responsabilidad sin precedentes. Si bien es cierto que Internet es una herramienta eficaz de información y divulgación de inquietudes políticas, sociales, económicas y otras, los bulos y la desinformación también corren como pólvora, y estamos en la explosión de un proceso nuevo donde aún no conocemos sus maneras de consolidación histórica. Los ciudadanos y los nuevos medios en línea tienen un poder de información nunca antes visto, pero ello les obliga a formarse para el manejo de esta gran responsabilidad. A pesar de la profesionalización de los medios emergentes, el público con el que hay que lidiar sigue siendo muy emocional, a lo que se suma un formato de redes hecho para olvidar rápidamente. La educación ciudadana para la información es uno de los puntos más débiles de nuestra sociedad y es urgente abordarla.
Consideramos que la información publicada debe ser veraz y comprobable. Todos los ciudadanos tenemos esos derechos y responsabilidades pero no los ejercemos. Ciertamente nuestra irresponsabilidad, por magnitud, puede acarrear daños de alcances insospechados, a como beneficios informativos o económicos con las mismas características para nuestro público, cada vez más activo, porque el ciudadano crítico y exigente es la primera persona de la democracia y la razón de nuestro trabajo.
Como un medio regional, no solo la denuncia nos parece un compromiso, sino la divulgación de alternativas o acciones ciudadanas para organizarse ante las injusticias o el abandono provocados por el Estado o los mercados (que a veces son lo mismo), así como exigir y a la vez trabajar por desarrollo de sus comunidades y consolidar una identidad cultural de progreso humano y solidaridad. Ninguna rama de la cultura debe ser excluida, porque las sociedades avanzadas exhiben músculo en todos sus saberes y eso es lo mínimo a lo que hay que aspirar. No sería descabellado pedir esto a nivel nacional.